Luego de la primera mirada indiscreta -y de asombro- ante el tumulto de bebés, coches y bolsos que llega a un restaurante familiar (esos que tienen juegos para niños), las opinólogas o curiosas no pueden dejar sus labios cerrados y le dicen al comensal que tienen al lado “¿cómo hacen?”. Algunas, para recabar más información, pasan el límite, se acercan y preguntan sin timidez a esa madre de trillizos o cuatrillizos cómo fue la concepción (por supuesto que no quieren detalles íntimos ¿o si?); o si cerrará “la fábrica” después del tsunami de bebés (como si les interesara el control de la natalidad); o cuál es el más terrible de los cuatro (como si siempre hubiera un malo en la familia)... O empiezan a deducir los parecidos, sin conocer personalmente a padres, tíos, abuelos ni ancestros. Y así surgen los interrogantes inoportunos, que crecen en forma directamente proporcional con el número de bebés acurrucaditos en los coches.
Señora: usted debe saber que con cualquiera de esas preguntas es probable que haya logrado arruinarles el almuerzo o la cena a esas madres múltiples, que seguro han necesitado horas de organización para salir de casa, con el único deseo de que alguien les cocine y de que sea otro el que lave los platos, y que rezaron para que los bebés se queden milagrosamente tranquilos en sus coches mientras ellas lograr comer un bocado caliente.
Pero tampoco se confunda: no están al borde de un ataque de nervios. Solo necesitan -dicen- más ayuda, más paciencia, más organización, más intimidad. A pesar de que muchas veces no logran lo que quieren, reciben el doble, el triple o el cuádruple de cariño que otras mamás. A ellas, hoy le dedicamos este espacio para desearles ¡feliz Día de la Madre!
Dos y la economía
Con tres hijas, Clara de Longo había decidido que ese era su límite. Había vomitado “como loca” en cada uno de los embarazos (los de Mercedes, Alejandra y Soledad); le había costado mucho mantener el ritmo de su profesión (es fonaudióloga) y por ello se había puesto un tope. Pero un día volvieron las náuseas, doblemente más fuertes que las del pasado. Estaba embarazada de nuevo. La primera ecografía mostró que el bebé estaba sano, pero que tenía placenta previa. Con la segunda revisión, su ecógrafo amigo (“El Negro” Pérez), le dijo: “la placenta previa en realidad es un bebé. Tenés dos, son gemelas y estás de unos tres meses”. Sorprendida, conmovida y con las piernas que le temblaban, disparó: “me estás jodiendo”. Pero no... y tuvo que prepararse para contárselo a su marido, Ernesto Gettar, que en ese momento estaba de viaje. Después de las “buenas nuevas”, el papá se tomó una larga ducha de dos horas para ahogar su preocupación (más que nada, económica) y encarar los cambios que llegarían en unos cuatro meses y medio.
“Dejé de trabajar a los 6 meses de embarazo, porque desde el quinto debí hacer reposo. Trabajaba con chicos con problemas mentales, y en ese momento me dije que debía dejar el consultorio, porque era más importante la salud mental de mis chicas”, recordó “Kalala”.
Junto con la llegada de María Lourdes y María Victoria la economía se puso cuesta arriba. No ayudó la hiperinflación durante el gobierno de Alfonsín, por lo que “Kalala” tuvo que volver a trabajar: empezó a vender tortas y tartas que hacía en casa y luego entró en el colegio adonde iban sus hijas. “Siempre me acomodé a sus necesidades y recibí mucha ayuda del padre, que se hacía tiempo, a pesar del trabajo, para quedarse con las chicas. De esta manera podía irme a respirar, a dar una vuelta, a tener unos minutos conmigo misma”, describió. Destacó que cualquier mamá múltiple sí o sí necesita apoyo de la pareja y ayuda de la familia. Y en el caso de “Kalala”, ese refuerzo tuvo nombre y se transformó en otra imagen maternal para las gemelas: Mercedes, la hija mayor. “Las gemelas eran muy traviesas. Una vez se pusieron todos los abrigos encima, prendieron la ducha y se empaparon. Yo las andaba corriendo, y se ampararon en Mercedes, que siempre las defendía. Ella una vez me dijo: ‘mamá, tengo una vida por vivir, no puedo estar detrás de las gemelas’. Yo le contesté: ‘bueno, sí vas a tener una vida, pero ahora vas a tener que cuidar a tus hermanas’. Recordando, hoy nos matamos de risa. Ella es un semidiós para Lourdes y Victoria”, remarcó.
Tres y la tecnología
El jueves pasado Érica Moeykens, de 37 años, volvió al trabajo. Primero, cumplió con la extensa misión de repartir la teta a los trillizos Libertad, Orestes y Eneas; luego se puso un vestido de flores, que acompañó con zapatos y cartera haciendo juego. Las coqueterías que antes podía darse el lujo de permitirse, como peinarse, pintarse las uñas o maquillarse, las tuvo que dejar de lado. No había tiempo. La acompañó quizás con un nudo en la garganta o un suspiro largo; recordó las sonrisas de sus hijos y así esta abogada y mamá primeriza emprendió su marcha al trabajo.
Los bebés, de cuatro meses , quedaron en casa con la niñera, Emilce, que ahora cumple turno matutino; antes trabajaba por las noches y -según Érika- fue una de sus decisiones más acertadas de esta nueva etapa. Ella y su marido, Ezequiel Lazarte, necesitaban descansar bien para estar a full durante el día y acomodarse a las necesidades de sus hijos: para aprender, para dar cariño de a montones, para informarse sobre qué deben hacer las mamás múltiples (hay páginas de Facebook, comunidades de todo tipo, fundaciones), para etiquetar con el nombre de cada uno de los trillizos sus objetos personales (las mamaderas, por ejemplo), y para llevarlos al pediatra: cada visita al médico les lleva por lo menos media mañana.
Ahora cuenta Érika que el embarazo no fue una dulce espera. Un embarazo múltiple es muy riesgoso, tanto para los bebés como para la madre. Ella tenía la incertidumbre de si los tres llegarían a término. El cuerpo le fue cambiando rápido (a los 7 meses y medio su panza estaba inmensa) y los gastos también iban en aumento: había que pensar y comprar por triplicado. “Lo más difícil por lo que pasamos fue el tiempo en Neonatología, porque nacieron prematuros. Ahí te das cuenta por dónde pasan las cosas; les das valor a los besos, ya que ahí no podés tocarlos y soñás con hacerlo. Salir del sanatorio sin ellos fue durísimo. No se lo deseás a nadie. Pero te hace más fuerte”, recordó.
Unos 45 días más tarde ya estaban los tres en el departamento. Contó que eran un relojito: no lloraban, se dormían temprano, tenían siestas fijas y comían cada tres horas. También Érika y Ezequiel aprendieron a ser prácticos y a decir que sí ante cualquier ofrecimiento de ayuda. Se despojaron del pasado, en el que pensaban de manera individual. Ahora lo hacen por triplicado.
“Para el Día de la Madre -soñó Érika- deseo leyes más justas. Por ejemplo, no están contemplados los embarazos de riesgo, las cesáreas triples (necesitás tres neonatólogos, tres obstetras...) o la multiplicación de la hora de lactancia para mamás con hijos múltiples”.
Los trillizos Lazarte ya duermen de corrido por las noches y Érika ha vuelto a trabajar.
No te olvides: ella es una de las mamás múltiples que no quieren recibir preguntas indiscretas cada vez que salen a la calle.